Canto a la Argentina Rubén Darío Canto a la Argentina Rubén Darío ¡ARGENTINA! ¡Argentina! ¡Argentina! El sonoro viento arrebata la gran voz de oro. Ase la fuerte diestra la bocina, y el pulmón fuerte, bajo los cristales del azul, que han vibrado, lanza el grito: Oíd, mortales, oíd el grito sagrado. Oíd el grito que va por la floresta de mástiles que cubre el ancho estuario, e invade el mar; sobre la enorme fiesta de las fábricas trémulas, de vida; sobre las torres de la urbe henchida; sobre el extraordinario tumulto de metales y de lumbres activos; sobre el cósmico portento de obra y de pensamiento que arde en las poliglotas muchedumbres; sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar, sobre la blanca sierra, sobre la extensa tierra, sobre la vasta mar. ¡Argentina, región de la aurora! ¡Oh, tierra abierta al sediento de libertad y de vida, dinámica y creadora! ¡Oh barca augusta, de prora triunfante, de doradas velas! De allá de la bruma infinita, alzando la palma que agita, te saluda el divo Cristóbal, príncipe de las Carabelas. Te abriste como una granada, como una ubre te henchiste, como una espiga te erguiste a toda raza congojada, a toda humanidad triste, a los errabundos y parias que bajo nubes contrarias van en busca del buen trabajo, del buen comer, del buen dormir, del techo para descansar. y ver a los niños reír, bajo el cual se sueña y bajo el cual se piensa morir. ¡Éxodos! ¡Éxodos! Rebaños de hombres, rebaños de gentes que teméis los días huraños, que tenéis sed sin hallar fuentes, y hambre sin el pan deseado, y amáis la labor que germina. Los éxodos os han salvado: ¡Hay en la tierra una Argentina! He aquí la región del Dorado, he aquí el paraíso terrestre, he aquí la ventura esperada, he aquí el Vellocino de Oro. he aquí Canaán la preñada, la Atlántida resucitada; he aquí los campos del Toro y del Becerro simbólicos; he aquí el existir que en sueños miraron los melancólicos, los clamorosos, los dolientes poetas y visionarios que en sus olimpos o calvarios amaron a todas las gentes. He aquí el gran Dios desconocido que todos los dioses abarca. Tiene su templo en el espacio; tiene su gazofilacio en la negra carne del mundo. Aquí está la mar que no amarga, aquí está el Sahara fecundo, aquí se confunde el tropel de los que a lo infinito tienden, y se edifica la Babel en donde todos se comprenden. Tú, el hombre de las estepas, sonámbulo de sufrimiento, nacido ilota y hambriento, al fuego del odio huido, hombre que estabas dormido bajo una tapa de plomo, hombre de las nieves del zar, mira al cielo azul, canta, piensa; mujik redento, escucha cómo en tu rancho, en la pampa inmensa, murmura alegre el samovar. ¡Cantad, judíos de la pampa! Mocetones de ruda estampa, dulces Rebecas de ojos francos, Rubenes de largas guedejas, patriarcas de cabellos blancos, y espesos como hípicas crines; cantad, cantad, Saras viejas y adolescentes Benjamines, con voz de vuestro corazón: ¡Hemos encontrado a Sión! Hombres de Emilia y los del agro romano, ligures, hijos de la tierra del milagro partenopeo, hijos todos de Italia, sacra a las gentes, familia que sois descendientes de quienes vieron errantes a los olímpicos dioses de los antaños, amadores de danzas gozosas y flores purpúreas y del divino dón de la sangre del vino; hallasteis un nuevo hechizo, hallasteis otras estrellas, encontrasteis prados en donde se siembra, espiga y barbecha, se canta en la fiesta del grano y hay un gran sol soberano, como el de Italia y de Jonia que en oro el terruño convierte: el enemigo de la muerte sus urnas vitales vierte en el seno de la colonia. Hombres de España poliforme, finos andaluces sonoros, amantes de zambras y toros, astures que entre peñascos, aprendisteis a amar la augusta Libertad, elásticos vascos como hechos de antiguas raíces, raza heroica, raza robusta, rudos brazos y altas cervices, hijos de Castilla la noble rica de hazañas ancestrales; firmes gallegos de roble; catalanes y levantinos que heredasteis los inmortales fuegos de hogares latinos; iberos de la península que las huellas del paso de Hércules visteis en el suelo natal: ¡he aquí la fragante campaña en donde crear otra España en la Argentina universal! ¡Helvéticos! La nación nueva ama el canto del libre. ¡Dad al pampero, que el trueno lleva, vuestros cantos de libertad! El Sol de Mayo os ilumina. Como en la patria natal veréis el blancor que culmina allá donde en la tierra austral erige una Suiza argentina sus ventisqueros de cristal. Llegad, hijos de la astral Francia: hallaréis en estas campiñas entre los triunfos de la estancia las guirnaldas de vuestras viñas. Hijos del gallo de Galia cual los de la loba de Italia placen al cóndor magnífico, que ebrio de celeste azur abre sus alas en el sur desde el Atlántico al Pacífico. Vástagos de hunos y de godos, ciudadanos del orbe todos, cosmopolitas caballeros que antes fuisteis conquistadores. piratas y aventureros, reyes en el mar y en el viento, argonautas de lo posible, destructores de lo imposible, pioneers de la Voluntad: he aquí el país de la armonía, el campo abierto a la energía de todos los hombres. ¡Llegad! Os espera el reino oloroso al trébol que pisa el ganado, océano de tierra sagrado al agricultor laborioso que rige el timón del arado. ¡La pampa! La estepa sin nieve, el desierto sin sed cruenta, en donde benéfico llueve riego fecundador que aumenta las demetéricas savias. Bella de honda poesía, suave de inmensidad serena, de extensa melancolía y de grave silencio plena; o bajo el escudo del sol y la gracia matutina, sonora de la pastoral diana de cuerno, caracol y tuba de la vacada; o del grito de la triunfal máquina de la ferro-vía; o del volar del automóvil que pasa quemando leguas, o de las voces del gauchaje, o del resonar salvaje del tropel de potros y yeguas. ¡La pampa! Inmolad un corcel a Hiperión el radiante, cual canta un dueño del laurel del Lacio. ¡La pampa fragante! En la extendida luz del llano flotaba un ambiente eficaz. Al forastero, el pampeano ofreció la tierra feraz; el gaucho de broncínea faz encendió su fogón de hermano, y fue el mate de mano en mano como el calumet de la paz. ¡Oh, cómo, cisne de Sulmona, brindaras allí nuevos fastos, celebrarías nuevos ritos y ceñirías la corona lírica por los campos vastos y los sembrados infinitos! Otros Evandros de América juntarán arcádicos lauros mientras van en fuga quimérica otros tropeles de centauros. Animará la virgen tierra la sangre de los finos brutos que da la pecuaria Inglaterra; irán cargados de tributos los pesados carros férreos que arrastran candentes y humeantes los aulladores elefantes de locomotoras veloces; segarán las mieses las hoces de artefactos casi vivientes; habrá montañas de simientes; como en litúrgico aparato se herirán miles de testuces en las hecatombes bovinas; y junto al bullicio del hato, semejantes a ondas marinas irán las ondas de avestruces. Pasarán los largos dragones con sus caudas de vagones por la extensión taciturna en donde el árbol legendario como un soñador solitario da sus cabellos al pampero. Y en la poesía nocturna, surgirá del rancho primero el espíritu del pasado que a modo de luz vaga existe, cuyo último vigor palpita en el payador inspirado que lanza el sollozo del triste o el llanto de la vidalita. ¡Oh, Pampa! ¡Oh, entraña robusta, mina del oro supremo! He aquí que se vio la augusta resurrección de Triptolemo. En maternal continente una república ingente crea el granero del orbe, y sangre universal absorbe para dar vida al orbe entero. De ese inexhausto granero saldrán las hostias del mañana; el hambre será, si no vana, menos multiplicada y fuerte, y será el paso de la muerte menos cruel con la especie humana. ¡Argentina! Tu ser no abriga la riqueza tentacular que a Europa finesecular incubó la Furia enemiga. Y si oyes un día explotar el trágico odio del iluso, regando ciega desventura, es que Ananké la bomba puso en la mano de la Locura. ¡Deméter, tu magia prolífica del esfuerzo por la bondad envíe la hostia pacífica a la boca de la ciudad! Se agita la urbe, se alza la Metrópoli reina, viste el regio manto, se calza de oro, tiarada de azur yergue la testa imperiosa de Basilea del Sur; es la fecunda, la copiosa, la bizarra, grande entre grandes; la que el gran Cristo de los Andes bendice, y saluda de lejos entre los vívidos reflejos del luminar que la corona, la Libertad anglo-sajona. Saluda a la Urbe argentina el Garibaldi romano, cabalgante en su colina, en nombre de Roma materna, vestida de su memoria y como su decoro eterna. La saluda Londres que empuña el gran Tridente de acero por dominar el mar entero. La saluda Berlín casqueada y con égida y espada como una Minerva bélica. Y Nueva York la babélica, y Melbourne la oceánica, y las viejas villas asiáticas, y presididas por Lutecia, todas las hermanas latinas y hermanas por la libertad. La saluda toda urbe viva en donde creyente y activa va al porvenir la Humanidad. ¡Buenos Aires! Es tu fiesta. Sentada estás en el solio; el himno desde la floresta hasta el colosal Capitolio tiende sus mil plumas de aurora. Flora propia te decora, mirada universal te mira. En tu homenaje pasar veo a Mercurio y su caduceo, al rey Apolo y la lira. Es la fiesta del Centenario. El Plata, padre extraordinario, más que del Tíber y el Sena, más que del Támesis rubio, más que del azul Danubio y que del Ganges indiano, es el misterioso hermano del Tigris y Éufrates bíblicos, pues junto a él han de surgir los adanes del porvenir. Cual por llamamientos cíclicos, Argentina, solar de hermanos, diste por virtuales leyes hogar a todos los humanos, templos a todas las greyes, cetro a todos los soberanos que decoran sus propias frentes, que se coronan por sus manos con kohinoores y regentes tallados en sus almas propias, vertedores de cornucopias, emperadores de simientes, césares de la labor, multiplicadores de pan, más potentes que Gengis-Khan y que Nabucodonosor. Se erizaron de chimeneas los docks; a los puertos flamantes llegaron músculos e ideas que enviaban los pueblos distantes. Se rasparon viejas carcomas, se redujeron a pedazos falsos ídolos, armas romas, e impusieron sus firmes lazos la fraternidad de los brazos, la transmisión de los idiomas. Para dar las gracias a Dios guarda la ciudad liberal las naves de su catedral. Y se verán construidos los muros de las iglesias todas, todas igualmente benditas, las sinagogas, las mezquitas, las capillas y las pagodas. Y en la floración eclesiástica, los que buscan luz en la sombra, por la media luna o la suástica, o por la tora, o por la cruz, irán al Dios que no se nombra y hallarán en la sombra luz. Tráfagos, fuerzas urbanas, trajín de hierro y fragores, veloz, acerado hipogrifo, rosales eléctricos, flores miliunanochescas, pompas babilónicas, timbres, trompas, paso de ruedas y yuntas, voz de domésticos pianos, hondos rumores humanos, clamor de voces conjuntas, pregón, llamada, todo vibra, pulsación de una tensa fibra, sensación de un foco vital, como el latir del corazón o como la respiración del pecho de la capital. ¡Que vuestro himno soberbio vibre, hombres libres en tierra libre! Nietos de los conquistadores, renovada sangre de España. transfundida sangre de Italia, o de Germania, o de Vasconia, o venidos de la entraña de Francia, o de la Gran Bretaña, vida de la Policolonia, savia de la patria presente, de la nueva Europa que augura más grande Argentina futura. ¡Salud, patria, que eres también mía, puesto que eres de la humanidad: salud, en nombre de la Poesía, salud en nombre de la Libertad! ¡El himno, nobles ancianos! ¡El himno, varones robustos! Pueriles coros escolares, ¡el himno! Llevad en las manos palmas, coronad los bustos de los patricios; a millares dad flores a los monumentos. El himno en los instrumentos de armónicas bandas bélicas que animan las fiestas pacíficas. El himno en las bocas angélicas de las gallardas mujeres, de las matronas prolíficas, de las parecidas a Ceres, de las a Diana asemejadas, las esposas y las amadas. El himno en la egregia ciudad y en el inmenso imperio agrario anuncie el victorioso día, y vierta su sonoridad como una copa de armonía en la fiesta del Centenario. ¡Saludemos las sombras épicas de los hispanos capitanes, de los orgullosos virreyes, de América en los huracanes águilas bravas de las gestas o gerifaltes de los reyes; duros pechos, barbadas testas y fina espada de Toledo: capellán, soldado sin miedo, don Nuño, don Pedro, don Gil, crucifijo, cogulla, estola, marinero, alcalde, alguacil, tricornio, casaca y pistola, y la vieja vida española! ¡Y gloria! ¡Gloria a los patricios, bordeadores de precipicios y escaladores de montañas, como el abuelo secular que, fatigado de triunfar y cansado de padecer, se fue a morir de cara al mar, lejos, allá en Boulogne-sur-Mer! ¡Héroes de la guerra gaucha, lanceros, infantes, soldados todos, héroes mil consagrados, centauros de fábula cierta, sacrificados del terruño, granaderos el rayo al puño, locos de gloria, despierta al sol la mente! La Fama a todos ilustres proclama, sus hechos ínclitos nombra, constela con ellos la sombra y forma un halo en el azur, a la dantesca Cruz del Sur. Así la sideral retórica de las odas y de las águilas va en sublimes hipérboles a ofrendar sus rítmicos dones al gran Dios de las naciones. ¡Por todo, el himno! La expresión del colosal corazón de esa patria palpitante: la nieve de la cordillera y el azul forman la bandera que sostiene un brazo de Atlante. La Argentina de fuertes pechos confía en su seno fecundo y ofrece hogares y derechos a los ciudadanos del mundo. ¡Oh, Sol! ¡Oh, padre teogónico! ¡Sol simbólico que irradias en el pabellón! Salomónico y helénico, lumbre de Arcadias, mítico, incásico, mágico! ¡Foibos triunfante en el trágico vencimiento de las sombras; Tabú y Tótem del abismo! ¡Oh, Sol! que inspiras y asombras, que perdure tu portento que el orbe todo ilumina tal como en el firmamento desde la enseña argentina. Y con la lluvia sagrada y con el aire propicio, brinda a la tierra labrada en el rural ejercicio plurales savias y fragancias y el dón de matriz y de ubre que de cosechas pingües cubre los edenes de las estancias. Ilumina el advenimiento del creciente pensamiento que crea el caudal en la banca, o en el taller la estatua blanca que decora el monumento. Al lírico que el verso arranca del corazón del instrumento. A los que un Píndaro diera, por los olímpicos juegos, por el salto, por la carrera la oda cara a los griegos, que se cerniría sonora sobre el aquilino aeroplano que es grifo, pegaso y quimera; sobre el remero que evoca haciendo volar la prora los de la pristina galera; sobre los que en lucha loca disputan la elástica esfera; sobre las sudosas frentes de los sanos adolescentes. Ilumina el casco griego que cubre la cabeza altiva de los combatientes del fuego; vierte tu luz genitiva sobre las mil procesiones que arbolan sus estandartes y cantan en sus canciones la paz, la dicha y las artes. Van los magistrados egregios, van las espadas relumbrosas, van las pompas y lujos regios, van las niñas de los colegios como lirios y como rosas. ¡Sonad, oh claros clarines, sonad tambores guerreros, en el milagroso escenario; los nombres de los paladines, nombres oros, nombres aceros, se oyen en vuestros sones fieros en la fiesta del Centenario! Viento de amor en la floresta cívica pasa. Es la fiesta de las guirnaldas de fe, de los ramos de esperanza, de los mirtos de amor y de los olivos de bonanza. Hojas de roble, hojas de hiedra, para el fundador de ciudades, que puso la primera piedra, que unificó las voluntades, que dedicara las vigilias, que consagrara los dineros, al colmenar de los obreros y a los nidos de las familias. Conspicuas guirnaldas de gloria a aquellos antiguos que hacen de bronce y de mármol la historia. Hoy los abuelos renacen en la floración de los nietos. Por sublimes amuletos lo antes soñado ahora existe, y la Argentina reviste su presente manto suntuario y piensa en los brillos futuros en la fiesta del Centenario. Ahora es cuando los videntes de los porvenires obscuros miran las estrellas polares, e interpretando los orientes cantan cármenes seculares. Hoy los cuatro caballos sacros las fogosas narices hinchan, como en versos y simulacros, huellan nubes, al sol relinchan, y a un más allá se encaminan marcando el cielo de huellas; mientras otros astros declinan ellos van entre las estrellas por obra de la ley eterna que el ritmo del orbe gobierna. Ante la cuadriga que crina de orgullos de olimpo su llama, voz de augurio animador clama: ¡Hay en la tierra una Argentina! Diré la beldad y la gracia de la mujer. Así cual por singular eficacia el buen jardinero acierta a crear en su arte vegetal por lo que combina e injerta, por lo que reparte o resume. inédito tipo de rosas, de crisantemos o jacintos, con raros aspecto y perfume, con corolas esplendorosas, con formas y tonos distintos, así la mujer argentina con savias diversas creada, espléndida flor animada, esplende, perfuma y culmina. Talle de vals es de Viena, ojo morisco es de España, crespa y espesa pestaña es de latina sirena; de Britania será esa piel cual la de la pulpa del lis y que se sonrosa en el rostro angélico de la miss; esa ondulante elegancia es de la estelar París, y esa luminosa fragancia de las entrañas del país. Concentración de hechizos varios, mezcla de esencias y vigores, nórdico oro, mármoles patios, algo de la perla y del lirio, música plástica, visión del más encantador martirio, voluptuosidad, ilusión, placidez que todo mitiga, o pasión que todo lo arrolla, leona amante o dulce enemiga, tal la triunfante Venus criolla. Se tejerán frescas coronas en recuerdo de las patricias que fueron como las matronas de Roma, como las mujeres de Esparta. Las que son delicias y ensueños de las moradas, cumplirán filiales deberes con las genitoras pasadas; y recordándolas a ellas, siendo las amadas y esposas llenarán radiantes y bellas la obligación de las estrellas y la misión de las rosas. Diré de la generación en flor, de las almas flamantes, primavera e iniciación; de vosotros, oh estudiantes, empenachados de ilusión y acorazados de audacia, que tendéis vuestras almas plenas de amor, de fuerza y de gracia, al divino Platón de Atenas o al celeste Orfeo de Tracia, a la Verdad o a la Armonía, al Cálculo o al Ensueño, firmes de ardor, vivos de empeño, robustos de confianza propia y a quienes es justo que ceda la fugaz Fortuna su rueda, la Abundancia su cornucopia; vosotros que sabéis por qué abre Pegaso las alas y hay misterio en la lumbre de los ojos del búho de Palas, sed cantados y bendecidos. Estad atentos a los ruidos que preceden la alba naciente, estad atentos a los nidos que se incuban en el presente, a lo que vendrá y que se anuncia, en la palabra que pronuncia vuestra boca. El grito sagrado para vosotros resuena como pitagórico verso, clamad así ante el universo: ¡Ave, Argentina, vita plena! ¡Jóvenes, frentes para lauros, brazos para amantes abrazos, pero también gímnicos brazos para hidras y minotauros; infantes de mundial estirpe, que vuestra voluntad extirpe falso anhelo, odio victimario, y en el patriótico sagrario dejéis como ofrendas de aristos ansias de Perseos o Cristos en la fiesta del Centenario! Cuando el carro de Apolo pasa una sombra lírica llega junto a la cuadriga de brasa de la divinidad griega. Y se oyen como vagos aires que acarician a Buenos Aires: es el alma de Santos Vega. El gaucho tendrá su parte en los jubileos futuros, pues sus viejos cantares puros entrarán en el reino del Arte. Se sabrá por siempre jamás que, en la payada de los dos, el vencido fue Satanás y Vega el payador de Dios. Cantaré del primer navío que velivolante saliera desde las aguas del Río de la Plata con la bandera bicolor al mástil gallardo. Recordad al nauta que vino de Saint-Tropez, a Buchardo, el capitán franco-argentino, hábil sobre las marejadas, bajo las tormentas ufano y a todos sus camaradas que fueron por el oceano, denodados predecesores de los que hoy en acorazadas naves portan a sol y bruma los dos simbólicos colores flameantes sobre la espuma. Bien vayan torres y palacios erizados de cañones suprimiendo tiempo y espacios a visitar a las naciones, pero no por guerra voraz, productora de luto y llanto, mas diciendo como en el canto del italiano: ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz! Heroica nación bendecida, ármate para defenderte; sé centinela de Vida y no ayudante de la Muerte. Que tus máquinas de hierro y que las bruñidas bocas cruentas no alegren al perro negro avernal. Que tu lanza, cual la libertad que invocas, garantía a tu pueblo sea; que tu casco abrigue la Idea, sabiduría y esperanza, como el de Palas Atenea. ¡Salgan y lleguen en buen hora, dominando los elementos, las velas que el marino adora, y los steamers humeantes que conducen los alimentos, la carga de los fabricantes, los ejércitos de emigrantes, el designio, el brazo que va a arar, sembrar y producir en el latifundio, en el pago, partan las naves de Cartago y arriben las naves de Ofir! ¡Y bien se escuche en las funciones de conmemoración el trueno de las salvas de los cañones del mar, conmoviendo el estuario de hímnicas vibraciones lleno en la fiesta del Centenario! ¡Gloria a América prepotente! Su alto destino se siente por la continental balanza que tiene por fiel el istmo: los dos platos del continente ponen su caudal de esperanza ante el gran Dios sobre el abismo. ¿Y por quién sino por tu gloria, oh, Libertad, tanto prodigio? Águila, Sol y Gorro Frigio llenan la americana historia. Y en lo infinito ha resonado, júbilo de la humanidad, repetido el grito sagrado: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Antes que Ceres fue Mavorte el triunfador continental. Sangre bebió el suelo del Norte como el suelo Meridional. Tal a los siglos fue preciso. Para ir hacia lo venidero, para hacer, si no el paraíso, la casa feliz del obrero en la plenitud ciudadana, vínculo íntimo eslabona e ímpetu exterior hermana a la raza anglo-sajona con la latino-americana. Proles múltiples, muchedumbres, tupidas colmenas de hombres, transformadoras de costumbres, con nuevos valores y nombres en vosotras está la suma de fuerza en que América finca; fuisteis presentida del inca; os adivinó Moctezuma. En este día supremo: ¡Excélsior!, se oye en un extremo; en el otro se oye: ¡Adelante! ¡Glorificado el instante en que resurge Triptolemo! América que la dicha encierra vivirá del sol y la tierra; y hoy la tierra, pánico incensario, encendido por el destino, perfuma el día argentino en la fiesta del Centenario. A las evocaciones clásicas despiertan los dioses autóctonos, los de los altares pretéritos de Copán, Palenque, Tihuanaco, por donde quizá pasaran en lo lejano de tiempos y epopeyas Pan y Baco. Y en lo primordial poético todo lo posible épico, todo lo mítico posible de mahabaratas y génesis, lo fabuloso y lo terrible que está en lo ilimitado y quieto del impenetrable secreto. Cantaré la paz sobre todo. Huya el demonio perverso, huya el demonio beodo que incendia en mal al universo; desaparezcan las furias que con sangre de los ejércitos empurpuraron las centurias; que no más rujan los tigres marciales sino de alegría, y que a la paz se alce un templo como aquel que dando un ejemplo insigne Augusto romano ordenara elevar un día. El industrioso ciudadano el ramo de olivo venere; que tenga sus armas listas, no para inhumanas conquistas, mas para defender su tierra donde por la patria se muere. ¡Guerra, pues, tan sólo a la guerra! Paz, para que el pensamiento domine el globo, y vaya luego, cual bíblico carro de fuego, de firmamento en firmamento. ¡Paz para los creadores, descubridores, inventores, rebuscadores de verdad; paz a los poetas de Dios, paz a los activos y a los hombres de buena voluntad! En paz la hora renaciente, continua y poliformemente, el movimiento y no la inercia, legiones dueñas de sus actos, gente que osa, que comercia, multiplica los artefactos, combate la escasez, la negra miseria y pasa sus revistas a las usinas y talleres; y sus horas áureas alegra con la invención de los artistas y la beldad de las mujeres. ¿A qué los crueles filósofos? ¿A qué los falsos crisóstomos de la inquina y de la blasfemia? ¡Al pueblo que busca ideal ofrezca una nueva academia sus enseñanzas contra el mal, su filosofía de luz; que no más el odio emponzoñe, y un ramaje de paz retoñe del madero de la cruz! ¡Argentina! El cantor ha oteado desde la alta región tu futuro. Y vio en lo inmemorial del pasado las metrópolis reinas que fueron, las que por Dios malditas cayeron en instante pestífero; el muro que crujió remordido de llamas la hervorosa Persépolis, Tiro, la imperial Babilonia que aun brama, y las urbes que vieron a Ciro, a Alejandro, y a todos los fuertes que escoltaron victorias y muertes. Y miró a Bizancio y a Atenas, y a la que, domadora del mundo, siendo Lupa indomable, fue Roma. Y vio tronos, suplicios, cadenas, y con tiaras a tigres y hienas. Y cien más capitales precitas donde el hombre fue ciego a la vasta Libertad, donde fueron escritas terroríficas y duras leyes, contra tribus y pueblos y casta, o las leyes fueron voluntades; y a través de tragedias y gestas, derrumbáronse tronos y reyes, o se hicieron ceniza ciudades por ensalmos de frases funestas. Y después otros siglos y luchas, otra vez lo que arrasa y escombra, muchos reinos que surgen y muchas vanidades que caen en la sombra infinita. Mane, Thecel, Phares. Y el poeta miró un astro eterno sobre ruinas y tierras y mares, que alumbraba con su claridad nuevos cultos, cultura y gobierno, y a su brillo quedó deslumbrado: era el astro de la Libertad. Argentinos, la inmortal estrella a vosotros simbólica es Sol; las naciones son grandes por ella; lo sabía el abuelo español. Dad a todas las almas abrigo, sed nación de naciones hermana, convidad a la fiesta del trigo, al domingo del lino y la lana thanks-giving, yon kipour, romería, la confraternidad de destinos. la confraternidad de oraciones, la confraternidad de canciones, bajo los colores argentinos. Argentina, el día que te vistes de gala, en que brillan tus calles y no hay aspectos ni almas tristes en alturas, pampas y valles; el día en que desde tus fuertes, tus cruceros y tus cuarteles salvas lanzas, música viertes entre las palmas y laureles, visitada por los príncipes de reinos y tierras lejanas y mensajeros de repúblicas. son las patrias americanas las que más comparten tu júbilo. Son las próximas hermanas las que te proclaman primera en el decoro familiar, después de heroica y guerrera, hospitalaria y maternal. Argentina tiarada de ónice y de mármol, se puede ver cuál luce sobre tu frente el diamante refulgente de las alturas, Lucifer: pues eres la aurora de América. Magnifícase tu apoteosis, regazo de múltiples climas, preferida del nuevo siglo, y en sus cláusulas y en sus rimas te profetizan tus profetas y te poetizan tus poetas. Crece el tesoro año por año, mientras prosigues las tareas de las por Dios suspendidas civilizaciones de antaño; encarnas, produces, creas cerebro para otras ideas, útero para nuevas vidas. Tus hijos llevarán en sí, por su sangre, el hierro y rubí de los cuatro puntos del globo. Concentración de los varones de vedas, biblias y coranes, en el colmo de sus afanes, en el logro de sus acciones, tu floración de flotaciones tendrá un perfume latino. En el primitivo crisol, Roma influyó en tu destino, cuando a través del español puso su enérgico metal. Y sus históricas llamas animarán genios y famas al argentino Arco Triunfal. ¡Y yo, por fin, qué he de decirte, en voto cordial, Argentina! Que tu bajel no encuentre sirte, que sea inexhausta tu mina, inacabables tus rebaños y que los pueblos extraños coman el pan de tu harina. ¡Cómalo yo en postreros años de mi carrera peregrina, sintiendo las brisas del Plata! Que libre de hambre y peste por tus tesoros y tu ciencia, jamás enemigas huestes te combatan. Tu preeminencia sea siempre mayor, y homérica voz de tu genio viril por ti diga el triunfo de América. Y mi inspiradora, alumna del Musagetes, al viento las alas, mi pensamiento florido da a la columna, riega junto al monumento; y en lo solemne del coro, del himno el acento canoro une mi amor y mi acento: ¡Argentina tu día ha llegado! ¡Buenos Aires, amada ciudad, el Pegaso de estrellas herrado sobre ti vuela en vuelo inspirado! Oíd, mortales, el grito sagrado: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Canto a la Argentina Rubén Darío Copyright © Universidad de Alicante, Banco Santander Central Hispano 1999-2000